Leer un libro es uno de los más altos triunfos del ser humano

Sin embargo, antes que habituarnos a leer libros y querer contagiar a otros, debemos habituarnos a hablar y escucharnos. Esta es una verdadera iniciación. No es tan simple, debemos reconocer que no hay trabajo tan arduo como aprender a hablar. Por eso un niño es digno de asombro. Los educadores lo saben muy bien: adquirir el lenguaje no se hace por contagio, ni por imitación. Contamos con el misterio de la genética humana que nos hereda desde hace siglos una constelación de habilidades afectivas y cognoscitivas que empiezan a desplegarse en plena infancia. Ese es el tan mentado pan bajo el brazo.

No obstante, debemos considerar el mundo que recibe a nuestros hijos. El mundo se erosiona, se rompe, si en el hogar no se le presta importancia requerida no digamos a los libros sino a las palabras. Es decir, si los padres no valoran el alma que las palabras transportan en la conversación, en los diálogos e incluso en las discusiones, cómo vamos a pedirles a nuestros hijos que adopten el hábito de la lectura. Si las palabras están desacreditadas, si no se puede confiar en ellas, si no sirven para expresar nuestra individualidad, nuestra sensibilidad, ni para que los otros nos escuchen, nos reconozcan y respeten, ¿para qué, digo, para qué darles un libro?

Hay que tener cuidado. Leer un libro es uno de los más altos triunfos del ser humano. Pero es un acto de veras complejo, no exento de malos entendidos y de perversiones.

1 comentario:

Margari dijo...

Gran entrada. Muy buena reflexión.
Besotes!!!