Primer capitulo. 2 Lectura conjunta. Continuara...

Llevaban reunidos más de una hora cuando el secretario entró en la sala con varios documentos entre sus manos. La profunda y cansina respiración delataba el exceso de kilos que su voluminosa barriga soportaba. Después de explicar a los asistentes el acuerdo definitivo, escuchó comentarios para todos los gustos, y tras varios minutos de tensa espera, pudo comunicar el nombramiento de don Luis Vega como coordinador del programa.
Indignado por lo que se tramaba, uno de los reunidos quiso conocer en qué estudios psicológicos se habían basado para dar consentimiento a semejante locura de proyecto. Y si los resultados existentes hasta la fecha, garantizaban de algún modo el éxito del tal proyecto.
––Muy sencillo ––explicó el secretario––. Los especialistas consultados piensan del mismo modo que el señor Vega. Creen que en la mayoría de nuestros centros se encuentran algunos jóvenes que poseen un determinado perfil psicológico, y que en muchos casos, desarrollan una enfermedad psíquica conocida por el nombre de esquizofrenia. Por supuesto que todos no. Estadísticamente podemos hablar de un caso o dos por centro. Lo suficiente para que se altere el régimen disciplinario y que contaminen las mentes de otros internos. Mentes que en circunstancias normales no desembocarían en ningún tipo de conflictividad. Nos consta que la esquizofrenia es una patología detectada hace muchos años, pero de diagnostico reciente. Los jóvenes que padecen este tipo de enfermedad desarrollan con el tiempo una doble personalidad. El ambiente que les rodea actúa como caldo de cultivo para aumentar los síntomas y acelerar los brotes de dicha enfermedad, que se agrava notablemente si los individuos ingieren alcohol o algún tipo de estupefacientes. Lo que sí parece demostrado con pruebas evidentes, es que en los centros más conflictivos, los cerebros de estos chicos potencian el instinto agresivo con mayor rapidez.
El programa que hemos desarrollado se utilizará exclusivamente en aquellos internos problemáticos que presentan síntomas de estas características. Serán trasladados de forma individual a otros lugares con menor índice de altercados entre sus miembros. Cuanto más apartados se encuentren de su entorno actual, mayor probabilidad de éxito en la terapia aplicada. Deben adaptarse a un ambiente nuevo, a otros compañeros, diferente disciplina, etcétera. Un cambio tan brusco no es fácil para nadie, y menos para ellos. Pierden el liderazgo de la manada, y en muchos casos, parte de la agresividad acumulada en su centro de origen.
El Generalísimo desea lavar la imagen que hay de España en el extranjero. Imagen muy deteriorada últimamente por la prensa corrupta que invade nuestro país. Las constantes blasfemias que nos acusan de torturadores, producen un efecto dañino en nuestras relaciones externas. Quiere demostrar que en las cárceles españolas no existen las torturas, y que tampoco tratamos a los jóvenes delincuentes como si fuesen animales.
––¿El Generalísimo está al corriente de estos novedosos experimentos? ––preguntó uno de ellos sin dar crédito a lo que escuchaba.
––Por supuesto ––contestó el secretario con orgullo––. Y espera que resulte un éxito total, para mostrar al mundo que en España damos prioridad a la reinserción de la gente joven y no escatimamos esfuerzos para aplicar los métodos más modernos, por muy costosos que estos resulten. Los años sesenta quedaron atrás, y la nueva década que se inicia será decisiva para la integración de España en Europa. Sin embargo, no debemos demorar el inicio de este programa, porque hay demasiado interés en que sea Madrid la pionera en demostrar su eficacia. En Barcelona estamos tan capacitados o más que ellos. Necesitamos llevarlo a la práctica en el menor tiempo posible para que nadie se nos adelante.
––¿En qué condiciones se van a realizar los traslados? —preguntó el secretario del Gobernador Civil—. No olvidemos que hablamos de menores que son peligrosos y, por lo que escucho, posibles enfermos mentales. A parte, la ley obliga a un mínimo de dos policías de escolta.
––Viajarán en taxis normales y corrientes, sin vigilancia, no queremos crear ningún tipo de alarma social. Hasta la prensa debe ignorar este novedoso programa. Somos conscientes del riesgo y asumimos la responsabilidad. También me consta que la mayoría de los presentes estáis en contra de experimentar las nuevas terapias de la psicología moderna con nuestros internos. ¡No se trata de un experimento! Repito, son terapias utilizadas con éxito en otros países. Me podéis acusar de reiterativo, pero quiero dejar bien claro que no se trata de ningún experimento. Por este motivo, se ha decidido realizar un primer y único traslado, y según el resultado final, así actuaremos en el futuro.
España, y Cataluña como pionera, deben integrarse dentro del desarrollo tecnológico y económico que se avecina. Los analistas creen que de aquí a los años ochenta, el crecimiento en Europa será tremendo, y este país no se puede quedar al margen.
––¿Qué chofer se va a ofrecer voluntario para pasear a un individuo de estas características por toda España? ––preguntó otro con una sonrisa irónica.
––Para este viaje se ha elegido un taxista con un determinado currículum. La elección no ha sido fácil. Debo recordaros que si ocurriese una desgracia en el transcurso del viaje, algo improbable, el proyecto nunca existió y bajo ningún concepto se hablará más del tema. Son muchos los países que fracasan en sus experimentos, y sólo nos llegan noticias de los éxitos. ¿Por qué nosotros no podemos actuar y correr los mismos riesgos que ellos?
—Hace unos minutos usted hablaba de éxitos y pocas posibilidades de fracaso, y ahora, finaliza con las palabras experimento, riesgo y la obligatoriedad de borrar cualquier rastro de este asunto, si por cualquier motivo se produce un fracaso —hablaba el director de otro correccional— ¿Nos puede usted decir, con datos reales, cual es el porcentaje de que la terapia resulte satisfactoria?
—El porcentaje de éxito está calculado en un noventa por ciento... No son datos malos... —expuso el secretario con satisfacción— Con esta respuesta doy por finalizada la reunión.
De regreso en el correccional, don Luis Vega se dejó caer en su asiento para descargar los nervios acumulados en tan larga y cansina jornada. Había apostado muy fuerte por el desarrollo de este novedoso proyecto y se jugaba su prestigio profesional. La mesa del despacho se encontraba más revuelta que nunca. Papeles de todos los tamaños y cambiados de sitio, desconocidas fotografías mezcladas con los expedientes de futuros internos, órdenes sin archivar, un llamativo cenicero color mármol grisáceo atiborrado de cigarrillos a medio consumir, dos décimos de lotería caducados, varios periódicos de distintas regiones, y en el centro de todo este desorden un bonito marco dorado con la fotografía de su esposa y sus dos hijos. Unos minutos antes le había telefoneado para que no le esperaran a cenar. La noche presentaba síntomas de ser movida, y como norma habitual en él, hasta que todos los internos no estuviesen en sus camas no abandonaría el edificio. Ninguna ley le obligaba a ello, pero en cierto modo se veía como el protector de aquellas criaturas, y cualquier problema relativo a ellos intentaba resolverlo antes de su marcha.
Aunque el calor no era agobiante, se desabrochó el botón del cuello de la camisa y se aflojó el nudo. De forma inmediata sintió un intenso alivio, quizás porque había disminuido la tensión que en las últimas horas había acumulado. La esposa siempre le recriminaba su predisposición a los experimentos nuevos, pensaba que él debía ajustarse a las normas ya establecidas por la sociedad, y que si un interno robaba, o incluso cometía algún intento de asesinato, había que castigarle con dureza, pues de mayor sería un individuo altamente peligroso. Ella no entendía de rehabilitaciones, ni de nada por el estilo; por supuesto, mucho menos aún de teorías absurdas que dan gran importancia a la posible influencia del medioambiente en que se desarrolla la vida del sujeto. Pensaba que el ladrón nace ladrón, y el asesino nace con ese instinto criminal, y todo lo demás son pamplinas creadas por una sociedad de consumo que ya no sabe qué inventar. «Mi padre jamás llegaba tarde a cenar» ––le reprochaba constantemente–– «Si algún interno se mostraba conflictivo, le aislaba en una celda de castigo toda la noche, o los días que hiciesen falta, y se acababan los problemas. Él tuvo el mismo cargo que tú, y disfrutó siempre de tiempo libre para su familia, mientras que la tuya parece que son esos malditos internos». Él se limitaba a escuchar y a resignarse. Poseía un alto concepto del deber y jamás abandonaría el correccional sin antes comprobar que todo marchaba con normalidad.
Después de llamar con poca insistencia y sin esperar la autorización, el vigilante de guardia abrió la puerta del despacho para indicarle que todo estaba preparado y que podría bajar en el momento que creyese más oportuno. No se hizo esperar. Con brevedad y disimulo miró su aspecto en un amplio espejo con un bello marco de estaño repujado que colgaba en la pared opuesta, y salió sin prisas de la habitación, después de coger una bolsa de fieltro verde que guardaba desde hacía días en uno de los cajones de la mesa de su despacho.
Escoltado por dos corpulentos guardianes llegó al espacioso y poco ventilado comedor. Hacía más de un año que envió el presupuesto de reformas a sus superiores; no solo para esta dependencia, también incluía otros sectores del edificio que necesitaban algunos retoques urgentes. Hasta el día de hoy no había recibido contestación alguna. Don Luis Vega parecía más nervioso que de costumbre, sobre todo cuando sus ojos quedaron clavados en el reducido grupo de internos que nunca se alteraban con su presencia.
En los lugares estratégicos del comedor se hallaban colocados unos antiguos y grotescos púlpitos que en su día fueron construidos por los propios internos y que eran de una gran utilidad para los vigilantes en los momentos conflictivos. En el presupuesto de reformas constaba su desaparición, para evitar cierta semejanza con una penitenciaría. En esta ocasión aprovechó el más céntrico para llevar a cabo el sorteo.
El director colocó la bolsa de fieltro a la vista de todos y movió las bolas con bastante aparatosidad para demostrar que no había truco, que sería el azar quien decidiera la suerte de uno de ellos. Pronto los internos pudieron apreciar cómo su cara se transformaba en una máscara pálida y adusta. Con golpes en las mesas, el grupo al completo demostraba su impaciencia por conocer el número de esa bola que ya había extraído y cuyo número se resistía a pronunciar en voz alta. Tragó saliva antes de hablar.
––El interno afortunado es... el número veintitrés, que según este listado, corresponde a... el Manitas ––dijo con voz temblorosa.
Unos segundos de silencio escalofriante invadieron la sala. Nadie daba crédito a lo que acababa de escuchar, y menos el propio interesado. Los vigilantes observaban desconcertados al director, quien mantenía un titánico cruce de miradas con el agraciado. Con aparente contrariedad por el resultado del sorteo, don Luis Vega abandonó la sala rápidamente. Sin pérdida de tiempo, para no dar lugar a la formación de pequeños grupos, los vigilantes colocaron a los internos en fila de a dos con dirección a los dormitorios.
A media noche, justo con las campanadas de una iglesia próxima al edificio y con la máxima precaución posible para no hacer el más leve ruido, el Manitas se levantó de su catre para ir a los servicios; segundos más tarde le imitaron el Probeta, el Telefónica y el Profeta. Cada vez que surgía un asunto importante o algo digno de comentar, los cuatro se reunían en una de las duchas, único lugar en donde se sentían libres de chivatos y vigilantes. Tras comprobar que el orden era absoluto y que ningún otro compañero se hallaba levantado, cerraron la puerta de los baños para disfrutar de unos cigarrillos que el Probeta guardaba para estas ocasiones.
Aunque el Manitas se encontraba satisfecho por tan inesperadas vacaciones, su rostro reflejaba una tremenda preocupación, un algo de tristeza, quizá, porque de haber imaginado tal posibilidad le hubiese dado tiempo a la planificación de una fuga en el transcurso del viaje.
––¿Qué pensáis del tema? ––Preguntó a sus compañeros––. ¿No os parece un poco raro que me haya tocado precisamente a mí?
––¿Raro? Alguien tenía que ser el agraciado y tú has tenido esa suerte, cabrón ––le contestó el Probeta.
––Damián lleva razón ––comentó el Profeta. Siempre se refería al Manitas por su nombre verdadero––. Es bastante sospechoso, con solo cambiar la bola no hubiese salido él. Creo que éste tío nos toma por tontos.
––¿Cuándo te vas a enterar de que el director es un calzonazos? Seguro que en estos momentos friega los platos de su casa mientras la mujer le pone los cuernos con el vecino.
Todos rieron el malicioso comentario del Telefónica. Después de unos minutos de intercambio de opiniones sobre el resultado del sorteo, el Probeta se puso de pie para quitar con su afilada navaja un azulejo de la pared. Allí era donde guardaba su chocolate, porque quizá fuese el único escondite que desconocía el Murciélago.
––Necesito una manola colegas, hasta tres libras tengo para quien me la consiga ––propuso éste.
––Guarda la tela que el Manitas la va a necesitar ––le dijo el Telefónica.
––En la taquilla tengo dos talegos ––repuso el Probeta––, y no te agobies, si estás pensando en una fuga contamos con cuarenta y ocho horas para trazar un plan. Entre todos lo conseguiremos.
––De eso nada, treinta y seis, o quizá menos ––apostilló el Manitas— esta gentuza improvisan sobre la marcha para evitar los contactos con el exterior.
––Más que suficiente... ––le contestó de nuevo el Probeta––. Seguro que Telefónica tiene algo que decir sobre este asunto.
––Es posible... ––confirmó sin dejar de manipular uno de los grifos de la ducha––. Desde hace un tiempo tengo localizado al Veneno, y supongo que conocerá el paradero del Enviado, si es que no le ha trincado la bofia y tiene sus huesos en Carabanchel. Los dos son muy amigos y suelen estar en permanente contacto.
––Yo disfrutaría del mes de vacaciones para luego regresar otra vez aquí —le dijo el Profeta—. No sé por qué, pero me parece que como intentes escapar, el viaje terminará en tragedia. Es absurdo jugarte el pellejo cuando te queda poco tiempo de condena.
––¿Es que nunca ves el lado positivo de las cosas?¿Sabes lo que te digo, colega? ¡Que te vayas al infierno! ¡Joder con el gilipollas éste! —Le gritó el Manitas de mal humor—. Siempre nos tiene que fastidiar los momentos agradables.
De inmediato se levantó del suelo porque dio por finalizada la reunión. Su cerebro era un revoltijo de proyectos que podría llevar a cabo gracias a estas inesperadas vacaciones. ¿Intentaría fugarse? En el transcurso de un mes nunca se sabe lo que puede suceder, ni las oportunidades que se presentarán para atravesar el charco sin riesgo. Era consciente de su condición de interno rebelde y peligroso. La posibilidad de una maniobra hábilmente camuflada para hacerle desaparecer no era descartable del todo, y cuando el Profeta se permite aconsejar (algo no muy frecuente en él), es porque su instinto avisa de que un intento de fuga no daría resultado.
Continuara...

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